El primer duelo de las finales del Campeonato Uruguayo dejó un 2-2 que, más que por virtudes colectivas, se explicó por una serie de errores que condicionaron el desarrollo del clásico. Tanto Peñarol como Nacional intentaron imponer sus planes, pero cada uno terminó pagando caro sus desajustes tácticos en momentos clave.
Desde el inicio, Peñarol buscó construir desde el fondo con una salida limpia, pero sin la coordinación necesaria en la base del mediocampo. La presión alta de Nacional fue inmediata y efectiva: activó a Ebere como punta de lanza para forzar pérdidas y cortar líneas de pase. De ese planteo nació el 0-1, una jugada donde Remedi quedó expuesto al no tener opciones claras de descarga y donde el bloque aurinegro se desordenó, dejando a De los Santos en ventaja para definir.
El 0-2 volvió a exhibir la fragilidad de Peñarol en balón largo. La defensa quedó mal parada, sin coberturas ni perfil defensivo adecuado, lo que permitió a Carneiro capitalizar el error de Méndez. Nacional, que no necesitó demasiada elaboración, sacó rédito de su verticalidad.
Peñarol reaccionó a través de su principal fortaleza: el balón parado. Arezo aprovechó una desconcentración en marca mixta y devolvió aire al aurinegro. Luego, Fernández igualó el clásico con un remate lejano que evidenció el retroceso excesivo de Nacional y la floja respuesta de Mejía.
Las expulsiones en el tramo final reforzaron la idea de un partido cargado de tensión, donde los duelos individuales superaron por momentos a la estrategia colectiva. Incluso en la última jugada, un error de Cortés pudo desnivelar el marcador.
En síntesis, fue un clásico donde la táctica quedó supeditada a la administración —o mala administración— del error.
